“Señor me has mirado a los ojos, Sonriendo has dicho mi nombre”

Encontrar la mirada de aquella anciana hermana y observar como oraba serenamente en el silencio y finalmente descubrir su sonrisa mientras despedía algunos peregrinos… fueron como “destellos” que encendieron de nuevo un deseo que ardía en el corazón como lo hacen las brasas que aún conservan el calor bajo las cenizas.

¿Cuál era ese deseo? Simplemente se trataba del deseo de conocer la mirada de Jesús y de percibir su sonrisa. Deseo que sentía moverse en el corazón cada vez que, en el último año de bachillerato, participaba a la Eucaristía de los miércoles en la tarde. Ese día, era especial, acogía una novedad cargada de belleza: vivía la Eucaristía como el encuentro con Jesús y sentía que mi nombre, Martha Inés Lara Avella, podía ser pronunciado con tal dulzura, estos hechos ¡hacían acudir a los ojos un gran número de lágrimas!

Tres años más tarde, a través de aquella mirada, de aquella sonrisa y de aquella oración silenciosa de la hermana del cabello blanco y del rostro arrugado, Jesús me regaló la gracia de exclamar: “¡Yo quiero ser como ella!”, más aún, me permitió descubrir como ella reflejaba Su presencia viva, dulce y real.

¿Y ahora después de algún tiempo? Es decir, después de 19 de haber hecho los primeros votos, como hermana de la Sagrada Familia … Sigo buscando esos ojos de Jesús que me han mirado y sigo anhelando reconocer su sonrisa mientras pronuncia mi nombre y, hay algo más, vivo queriendo sentir también su abrazo, que redime y salva, que acoge y perdona, que da vida y vida en abundancia.

¡Y le doy gracias por mirar mis ojos,

por pronunciar mi nombre mientras sonríe,

y por acogerme con los brazos abiertos cada día, para sellar su alianza conmigo!