“MI HAI SEDOTTO, SIGNORE…”. Suor Bernarda

Mi Vocación nació en el vientre de mi madre: desde niña  recuerdo que ella me decía que admiraba a las hermanitas. Agradezco a mis padres y mis hermanos que me enseñaron a tener temor de Dios y a crecer espiritualmente con valores y formación cristiana.

Hubo un tiempo que pensé en ser monja contemplativa, pensaba en alejarme de tanta maldad y corrupción, sin entender muy bien el significado de la vida consagrada.

Por un tiempo olvidé todo lo que pasaba por mi mente, pero volví a sentir ese llamado que es difícil de explicar y preguntaba: ¿Señor qué quieres de mí? Más adelante en un retiro descubrí  la presencia de Dios en mi vida y comprendí de nuevo que el Señor me llamaba a la vida consagrada pero aún no sabía dónde. Luego el Señor me hizo  conocer la comunidad cuando era madre general sor Vincenza, quien me acogió para hacer las etapas del aspirantado y postulantado en Duitama en 1981. En el año 1982, junto a dos compañeras dimos el paso al noviciado, el cual se desarrolló en Italia junto a Catia y Antonietta. Nuestra maestra formadora fue sor Angela hasta nuestra primera profesión en el año 1985, cuando en una ceremonia muy especial, dije al Señor para vivir “en castidad, pobreza  y obediencia… mediante vuestra ayuda fraterna”… estas palabras han resonado siempre en mi interior, con la confianza de que cuando creo desfallecer, tengo siempre la ayuda de mi fraternidad.

En 1985 regresamos a Colombia para continuar con la formación en el período del juniorado, contando con hermanas como sor Damiana y sor Martha Ventrucci que dieron lo mejor de sí para ofrecernos una formación integral. En el año 2001, junto a Gloria Marlen, mi compañera de camino, hicimos nuestra profesión perpetua, en la parroquia San José Obrero de Cartago. En el año 2010 hemos celebrado nuestras bodas de plata, que fue un momento muy especial para mi vida espiritual.

Si me preguntaran ¿cuál de estas fechas ha sido la más importante? Yo diría que todas porque cada una es inolvidable y todas han dejado huellas en mi vida.

Finalmente quiero decir que hay un signo con el cual me identifico y es la imagen de un tronco viejo y seco con buena raíz, porque cada día es una lucha continua por dejar que el Señor haga su obra en mí y haga de esa raíz el centro de mi vida que es Cristo, quien dona alegría y frescura a mi existencia.